BARCELONA.- La España en blanco y negro del general Francisco Franco alimentó hasta el 12 de octubre de 1968 el mito colonial europeo en el África subsahariana. Aquel día, obtuvo la independencia Guinea ecuatorial,
que dejó de ser la Guinea española. La antigua metrópoli tiene desde
entonces una deuda pendiente con su excolonia, que salió de las brasas
para caer en el fuego. En 1979 se convirtió en el cortijo del dictador Teodoro Obiang, que ha superado incluso los 40 años de la satrapía del mismísimo Franco, se narra en La Vanguardia.
Pero España, a diferencia de grandes potencias coloniales en el continente como Gran Bretaña, Francia, Alemania o Bélgica,
parece vivir de espaldas a este pasado. Incluso otras potencias
segundonas, que también se disputaron las migajas del continente negro,
han resuelto mejor este capítulo de su historia. Es el caso de Portugal e Italia,
por ejemplo. La metáfora más brillante de las toneladas de desmemoria
con las que nuestro país ha sepultado su aventura africana se resume en
un nombre: Manuel Hernández Sanjuán (1915-2007).
En cualquier otro país, este hombre sería venerado como uno de los
grandes pioneros de la fotografía y el cine documentales. En España, y
salvo por algunos trabajos comerciales en películas protagonizadas por Gracita Morales y Arturo Fernández
en el decenio de los sesenta, Manuel Hernández Sanjuán era
prácticamente un desconocido. Y seguiría siéndolo, de no ser por un
periodista y viajero que rescató su trabajo en una aventura digna de
novela. De novela gráfica, como más adelante se verá.
Pere Ortín es reportero y profesor asociado de periodismo.
Autor de infinidad de artículos sobre naturaleza y cultura, fue
presentador durante años del programa de TVE
El escarabajo verde
. A principios de los años noventa, en uno de sus constantes vagabundeos por África, escuchó una historia increíble en un A-bâ, una casa de la palabra
de una aldea de Guinea. Unos ancianos de etnia fang le explicaron que,
entre 1944 y 1946, les filmaron “unos blancos de Madrid”. Al principio
no se lo creyó. El rastro de aquellos documentales se había
volatilizado.
En la Filmoteca Nacional y en los libros de historia del cine
español sólo había referencias parciales y pequeñas menciones a las
expediciones cinematográficas que se realizaron durante la dictadura
franquista. Durante años, el investigador siguió tirando del hilo hasta
que desató el nudo gordiano y descubrió la existencia de Manuel Hernández Sanjuán. Este director de cine y fotógrafo fue el responsable de la productora Hermic Films, con la dirigió entre 1944 y 1946 la primera de sus expediciones documentales a la Guinea española.
Franco, un adalid del quiero y no puedo, encargó aquellos
documentales para intentar imitar lo que hacían Alemania, Gran Bretaña o
Francia. Sus expedicionarios rodaron 31 películas documentales e hicieron 5.500 fotografías.
Pero las películas no consiguieron la repercusión esperada. Se
estrenaron en Madrid y permanecieron apenas unos días en cartel en
sesiones dobles de cines de la Gran Vía. También se proyectaron en
ciudades como Tánger. Y luego, el olvido. Con las fotos fue aún peor.
Nadie sabía nada de ellas.
La Dirección General de Marruecos y Colonias financió los viajes para difundir las bondades imperiales del régimen. El 17 de diciembre de 1944, tras 21 días de travesía desde Cádiz, Hermic Films llegaba a Bata, en Mbini,
el Río Muni de los colonizadores, la Guinea continental de los fang. El
equipo estaba compuesto, además de por Manuel Hernández Sanjuán, por
otros tres aventureros:el montador Luis Torreblanca, el guionista Santos Núñez y el operador de cámara Segismundo Pérez de Pedro, Segis
.
Habían recibido el encargo del régimen franquista de documentar la
realidad de Guinea. Lo que hicieron, sin embargo, fue filmar y
fotografiar la realidad que las potencias coloniales europeas habían
construido sobre el África negra, en la que no chirriaba que, en el
mejor de los casos, los nativos fueran considerados “entes individuales tutelados”.
Por ello, a los expedicionarios no les extrañó que al abandonar el
barco los nativos cargaran con ellos hasta la orilla. El mundo de los
dueños y el de los poseídos. El de los colonos y el de los colonizados.
Pero aquellos españoles fueron más allá del cliché y no se limitaron a
documentar lo que les habían pedido. Suplieron su penuria de miedos
materiales con una imaginación y originalidad sorprendentes incluso hoy.
“Sus filmaciones son de una extraordinaria calidad técnica y
artística”, explica Pere Ortín, que no puede evitar sentirse
identificado con su personaje porque también él es un productor y
artista audiovisual, con documentales como Le mal d’Afrique,
Cazadores de imágenes
y
Africalls.
Con los años, entre otras muchas cosas, Pere Ortín sería galardonado por la Sociedad Geográfica Española. Hoy es director de la revista
Altaïr Magazine
y jurado de uno de los premios de la Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo.
Pero de lo que más se enorgullece es de haber sido amigo de Manuel
Hernández Sanjuán. Le siguió la pista hasta encontrarlo en un pueblecito
costero de Almería, Aguadulce, donde lo visitó en numerosas ocasiones y
compartieron confidencias en larguísimas sobremesas.
Tenía 91 años y era el único miembro de la expedición que seguía
vivo. Pasaba los días recordando sus viajes, pintando y regalando sus
óleos. Fue una inmensa alegría para él saber que sus películas,
increíblemente arrinconadas y olvidadas en los anaqueles de la Filmoteca
Nacional, habían sido redescubiertas y digitalizadas. Ahora se puede
disfrutar de ellas incluso en Youtube. Pero quedaba un enigma pendiente.
Faltaba por averiguar qué había sido del inmenso tesoro documental de
las fotografías.
“¿Las fotografías?”, le dijo a Pere Ortín un día, cuando ya había
comenzado a verlo más como un nieto que como un amigo. “Ven conmigo al
sótano”. Allí, en una polvorienta caja de madera y cartón, apareció una
de las mayores riquezas documentales de la fotografía española del siglo
XX: los 5.500 negativos originales de la expedición, que nadie hasta
entonces había vuelto a ver. Pere Ortín duda de que viva otra
experiencia profesional semejante. El material fue restaurado
primorosamente y constituye un testimonio gráfico y sentimental de valor
incalculable.
Los negativos dieron pie a la publicación de un libro muy recomendable,
Mbini: cazadores de imágenes en la Guinea colonial
(Altaïr). El volumen, escrito por Pere Ortín con la colaboración de
Vic Pereiró, reproduce parte de ese Eldorado fotográfico y reconstruye
la historia de la expedición. Manuel Hernández Sanjuán, que después de
1946 regresó en siete ocasiones más a Guinea, tuvo la fortuna de verlo
publicado en vida, así como asistir a la revalorización de su figura,
pero ya no tuvo tiempo de asistir a la completa resurrección de su obra.
Falleció con 92 años, en el 2007.
Gracias a la recuperación de estas joyas, se han realizado varias
tesis doctorales sobre su productora cinematográfica. La última, de la
doctora Francesca Bayre, de la Universitat de Barcelona:
Imágenes desde la colonia: una aproximación etnográfica al archivo de Hermic
. El año que viene un importante sello editorial publicará una
novela gráfica sobre la expedición, con guión de Pere Ortín e
ilustraciones de Ramón Esono. Se titulará
10.000 elefantes
, en homenaje a una de las leyendas que les explicaron a los componentes de la expedición.
Es imposible que alguien viera un día una cifra tal de paquidermos en
una llanura guineana, pero Europa daba crédito a estas fábulas porque
veía en África un paraíso que podía rapiñar y depredar sin
remordimientos, ya que esas riquezas no eran de nadie. ¿De nadie? Bueno, sí, del pueblo bubi, fang, ndowe, ibo o efik…
Pero los ecuatoguineanos, como todos los africanos, eran considerados
seres humanos de segunda categoría o “entes individuales tutelados”. A
eso alude 10.000 elefantes.
Resulta significativo que el artista que ilustrará el guión sea precisamente Ramón Esono, encarcelado en el 2017 en una de las peores prisiones del mundo, el agujero donde Obiang encierra a sus enemigos: la cárcel de Black Beach o Playa Negra, en Malabo. Su delito fue criticar al dictador en otro cómic, La pesadilla de Obi.
Estuvo preso cinco meses y tres semanas. Para calibrar lo que supuso
ese periodo de tiempo hay que tener en cuenta que los reclusos malviven
hacinados, sin higiene, sin asistencia médica y sin comida, excepto la
que traen sus familias.
En este infierno, el dibujante se reencontró con uno de sus mitos infantiles, los humildes bolígrafos Bic, uno de las pocos lujos
a los que tuvo acceso y con los que aprendió a evadirse de la realidad.
Le sirvieron para pintar en cualquier superficie que se le puso a tiro.
Aún no se ha restablecido de las secuelas que le dejó el cautiverio.
Ahora vive con su esposa, diplomática, en El Salvador, donde ultima su
trabajo más importante. Ha querido dibujar su nuevo proyecto casi
exclusivamente con esta marca de bolis para recordar a quienes siguen en
Black Beach.
Guinea ecuatorial, dice, “es más que una dictadura que explota una
inmensa reserva petrolífera”. Guinea ecuatorial son, sobre todo, sus
gentes, pobres a pesar de las enormes riquezas naturales de su país. Un
hilo invisible unirá sus dibujos con las fotos de una expedición de
1944. Hace casi 80 años, Manuel Hernández Sanjuán desembarcó en Bata y
descubrió algo más impresionante que la lluvia tibia de la jungla, la
bofetada de calor del trópico y los ruidos del bosque impenetrable. Más
impresionante que la belleza y la exuberancia de la naturaleza. El alma
africana.
https://youtu.be/IsagkRgW3Sg
https://youtu.be/PNxCanb8Qj0
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